En 1991 no más de una veintena de familias vascas, de Pamplona en Navarra, antimilitaristas y libertarias deciden cultivar otra manera de vivir, de hacer economía y «dejar seguir secuestrados por los supermercados» – según nos cuenta con vehemencia una de sus socias lideres-.
Esa fuerza motora hace que hoy, 35 años después, las familias cooperadas superan las 3.500, los productos locales son más de 4.000 y que el 5% de Pamplona -socios o no- compre al menos una vez al año en la Cooperativa.
Su forma de hacer organización tiene en su genética mas profunda la colaboración, el hacer territorio, el preservar su cultura. Con dos tiendas a su haber, su impacto no sólo en el consumo alimentario familiar sino social, ambiental y de cultivo de relaciones humanas es indudable. Es refrescante sentir que otras formas de hacer economía son posibles, colaborar por sobre competir, cultivar relaciones de comunidad por sobre el aislamiento, cuidar el planeta por sobre erosionarlo, fomentar lo local (soberanía) por sobre lo global. Esto sin perder el norte de que hay que planear, organizar, gestionar y hacer viable financieramente la propuesta.
Ese espíritu disruptivo, corajudo y pragmático se percibe en el aire, impresiona, inspira y sostiene el entusiasmo de sus asociados atrayendo nuevos aliados.





